SABIDURÍA CABALISTICA


"Ei'ze'hu cha'cham?
Ha'ro'eh et Ha'no'lad.



¿Quien es una persona sabia?
Aquella que ve las cosas que están por venir (o por nacer).


Cuando el sabio esta frente al Nolad reconoce su potencialidad aunque sea solo la semilla.

El sabio, sin prisa, esta siempre anticipado.

El sabio es el que puede conservar un estado de satisfacción permanente.











domingo, 30 de agosto de 2009

ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE EL NOMBRE ADAM




Guenon, Rene


En nuestro estudio sobre el "lugar de la tradición atlante en el Manvantara",
dijimos que el significado literal del nombre Adam (Adán) es "rojo", y que en
ello cabe ver uno de los indicios de la conexión de la tradición hebraica con
la tradición atlante, que fue la de la raza roja. Por otra parte, nuestro
colega Argos, en su interesante crónica sobre "la sangre y algunos de sus
misterios", examina para el mismo nombre Adam una deriva-ción que puede parecer
diferente: tras haber recordado la interpretació n habitual según la cual
significaría "sacado de la tierra" (adamah), se pregunta si no vendrá más bien
de la palabra dam "sangre"; pero la diferencia es poco menos que aparente, pues
todas es-tas palabras, en realidad, no tienen sino una sola y misma raíz.



Conviene advertir de entrada que, desde el punto de vista lingüístico, la etimología
vulgar, que viene a hacer derivar Adam de adamah, que se traduce por "tierra",
es impo-sible; la derivación inversa sería más plausible; pero, de hecho, los
dos substantivos provienen ambos de una misma raíz verbal adam, que significa
"ser rojo". Adamah no es, al menos originalmente, la tierra en general (erets),
ni el elemento tierra (iabashah palabra cuyo sentido primero indica la
"sequedad" como cualidad característica de este elemento); es propiamente
"arcilla roja", que, por sus propiedades plásticas, es particu-larmente apta
para representar cierta potencialidad, una capacidad de recibir formas; y el
trabajo del alfarero se ha tomado a menudo como símbolo de la producción de los
seres manifestados a partir de la substancia primordial indiferenciada. Por el
mismo motivo, la "tierra roja" parece tener una importancia especial en el
simbolismo herméti-co, en el que puede tomarse por una de las figuras de la
"materia primera", pese a que, si se la tomase en sentido literal, no podría
desempeñar este papel más que de una ma-nera muy relativa, puesto que ya está
dotada de propiedades definidas. Agreguemos que el parentesco entre una
designación de la tierra y el nombre Adam, tomado como tipo de la humanidad, se
encuentra bajo otra forma en la lengua latina, en la que la palabra hu-mus
"tierra", también es singularmente próxima a homo y humanus. Por otra parte, si
se refiere más especialmente este mismo nombre, Adam, a la tradición de la raza
roja, ésta está en correspondencia con la tierra entre los elementos, como con
el Occidente entre los puntos cardinales, y esta última concordancia también
viene a justificar lo que ha-bíamos dicho anteriormente.



En cuanto a la
palabra dam, "sangre" (común al hebreo y el árabe), también se deri-va de la
misma raíz adam1: la sangre es propiamente el líquido rojo, lo que,
en efecto, es su carácter más inmediatamente aparente. El parentesco entre esta
designación de la sangre y el nombre Adam, es, pues, indiscutible y de por sí
se explica por la derivación de una raíz común; pero esta derivación aparece
como directa para ambos, y, a partir de la raíz verbal adam, no es posible
pasar por el intermedio de dam para llegar al nombre Adam. Cabría, bien es
verdad, enfocar las cosas de otro modo, menos estrictamente lingüístico, y
decir que si el hombre es llamado "rojo" es a causa de su sangre; pero una
explicación tal es poco satisfactoria porque el hecho de tener sangre no es
propio del hombre, sino que es común con las especies animales, de manera que
no puede servir para caracterizarlo realmente. De hecho, el color rojo, en el
simbolismo hermético, es el del reino animal, como el verde lo es del reino
vegetal, y el blanco el del reino mineral2; y esto, en lo
que concierne al color rojo, puede relacionarse precisamente con la sangre
considerada como centro, o más bien soporte, de la vitalidad animal propiamente
dicha. Por otro lado, si volvemos a la relación más particular del nombre Adam
con la raza roja, ésta, a pesar de su color, no parece poder ponerse en
relación con un predominio de la sangre en la constitución orgánica, pues el
temperamento sanguíneo corresponde al fuego entre los elementos, y no a la
tierra; y es la raza negra la que está en correspon-dencia con el elemento
fuego, así como con el Sur entre los puntos cardinales.



Señalemos
además, entre los derivados de la raíz adam, el nombre edom, que signi-fica
"rubio" y que, además, no difiere del nombre Adam sino por los puntos vocales;
en la Biblia, Edom es un sobrenombre de Esaú, de donde el nombre de Edomitas
dado a sus descendientes, y el de Idumea al país que habitaban (y que, en
hebreo, también es Edom, pero en femenino). Esto nos recuerda a los "siete
reyes de Edom" de que se trata en el Zohar, y la estrecha semejanza de Edom con
Adam puede ser uno de los motivos por los que ese nombre se toma aquí para
designar las humanidades desaparecidas, esto es, las de los precedentes
Manvantaras3.
También se ve la relación que este último pre-senta con la cuestión de lo que
se ha dado en llamar los "preadamitas": si se toma a Adán como origen de la
raza roja y su tradición particular, puede tratarse simplemente de las otras
razas que precedieron a aquella en el curso del ciclo humano actual; si, en un
sentido más extenso, se lo toma como prototipo de toda la presente humanidad,
se tratará de esas humanidades anteriores a las que precisamente aluden los
"siete reyes de Edom". En todos los casos, las discusiones que ha originado
esta cuestión parecen bas-tante vanas, pues no tendría que haber ninguna
dificultad en ello; de hecho, no la hay en la tradición islámica al menos, en
la que hay un hadith (dicho del Profeta) que dice que "antes del Adán que
conocemos, creó Dios cien mil Adanes" (es decir, un número inde-terminado) , lo
cual es una afirmación tan clara como es posible de la multiplicidad de los
períodos cíclicos y las humanidades correspondientes.



Ya que hemos
aludido a la sangre como soporte de la vitalidad, recordaremos que, como hemos
tenido ya ocasión de explicar en una de nuestras obras4, la sangre
constitu-ye efectivamente uno de los lazos del organismo corporal con el estado
sutil del ser vi-viente, que es propiamente el "alma" (nefesh haiah del
Génesis), es decir, en el sentido etimológico (anima), el principio animador o
vivificador del ser. Ese estado sutil es lla-mado Taijasa por la tradición
hindú, por analogía con têjas o el elemento ígneo; y, así como el fuego, en
cuanto a sus cualidades propias, se polariza en luz y calor, ese estado sutil
está ligado al estado corporal de dos maneras distintas y complementarias, por
la sangre en cuanto a la cualidad calórica, y por el sistema nervioso en cuanto
a la cualidad luminosa. De hecho, incluso desde el simple punto de vista
fisiológico, la sangre es el vehículo del calor animador; y esto explica la
correspondencia, que más arriba hemos indicado, del temperamento sanguíneo con
el elemento fuego. Por otra parte, puede de-cirse que, en el fuego, la luz
representa el aspecto superior, y el calor el aspecto inferior: la tradición
islámica enseña que los ángeles fueron creados del "fuego divino" (o de la "luz
divina"), y que los que se rebelaron siguiendo a Iblis, perdieron la
luminosidad de su naturaleza para no conservar de ella más que un calor oscuro5. Como
consecuencia, se puede decir que la sangre está en relación directa con el lado
inferior del estado sutil; y de ahí viene la prohibición de la sangre como
alimento, pues su absorción implica la de lo que de más grosero hay en la
vitalidad animal, y que asimilándose y mezclándose íntimamente con los
elementos psíquicos del hombre, puede traer efectivamente conse-cuencias
bastante graves. De ahí también el empleo frecuente de la sangre en las
prácti-cas de magia, y también de brujería (por cuanto atrae a las entidades
"infernales"' por conformidad de naturaleza); pero, por otro lado, esto es
susceptible también, en ciertas condiciones, de una transposición en un orden superior,
de donde los ritos, religiosos o incluso iniciáticos (como el "taurobolio"
mitríaco) que implican sacrificios animales; como a este respecto se ha aludido
al sacrificio de Abel opuesto al de Caín, no sangriento, quizá volvamos sobre
este último punto en una próxima ocasión.